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Oscar Figueroa, oro y triunfo de los invisibles

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Cómo no llorar cuando el objetivo ha costado tanto: vencer al destino, los preconceptos e incluso los achaques del cuerpo que en algunos momentos dijo basta. En Río 2016 fueron seis intentos, 318 kilos como marca y lágrimas de orgullo. Se dice rápido, pero el recorrido inició hace 22 años después de vencer -también- esos rivales que pone en el camino la violencia.

La historia de Oscar Figueroa es la de todos los colombianos que cada día abren los ojos antes de que amanezca para pelear sus propias medallas, por ellos y sus familias. Víctimas que no se victimizan. Guerreros de la vida.

"Lo importante en la vida no es el triunfo, es la lucha". Yusra Mardini, nadadora del equipo de refugiados, lo dijo antes del inicio de Río 2016 y sus palabras sirven para expresar la mística de competir en una Olimpiada. El oro de Figueroa es la prueba de que el trabajo invisible tarde o temprano tiene recompensa, fallar también cuenta cuando hay convicción. En su cuarta participación en unos Juegos Olímpicos el pesista antioqueño de nacimiento y vallecaucano de corazón lloró de emoción, besó los discos y se quitó las botas con el deber cumplido. Felicidad y nostalgia por dejar uno de los amores de su vida.

La halterofilia que tiene mucho de técnica, al final también es corazón y fuerza, eso que le sobra a todos los deportistas que trabajan durante años en silencio con salarios humildes y acompañamiento mínimo de la prensa. Que el oro no nos confunda con eso de que solo los primeros merecen reconocimiento.

Apostarle a deportes poco taquilleros y no desistir hasta llegar a un escenario olímpico es la prueba más grande para cualquier atleta. Figueroa lo dejó claro cuando todos los micrófonos buscaban las palabras del campeón. “Los pesistas de Colombia no tienen porqué estar sufriendo por la mala dirigencia deportiva”. Aplica para todas las disciplinas. Tiene que ver con apoyar el talento de deportistas, médicos, entrenadores y familias incansables forjados en casa.

Los reflectores se encienden y apagan rápido en los Juegos Olímpicos, el escenario en el que los invisibles tienen la atención del mundo. Ojalá su imagen perdure a pesar de que se apaguen las cámaras.