Cuando al talento se une un coche terriblemente bueno y además los astros y los poderes de la F-1 se alían como el universo conspirador de las novelas de autoayuda, entonces no hay nada que hacer. “Lo intentaremos”, me decía Georg, el ayudante de Rosberg. Pero no. Hay que hacerlo, nunca intentarlo. Y eso es lo que hace Hamilton, conseguirlo, ganar y ganar y volver a ganar una y otra vez. Esta es la época de Hamilton. Y poco hay que hacer.
En esa salida también Verstappen pasa a Ricciardo por fuera, el holandés es Ronaldinho, el australiano Iniesta. Y finalmente Daniel termina segundo con su joven compañero tercero. Dos en el podio de Red Bull. Pura energía.
El asturiano sale decimotercero, lejos de Button cuando estaba a dos segundos de su compañero antes de la parada, algo similar sucederá en los siguientes pit stop.
Lógico. Como también lo era que Alonso luchase al límite por llegar a Button. Estaba a dos segundos otra vez cuando el británico advierte de que sufre mucho con sus neumáticos, el español le va quitando tiempo con usados por los nuevos del campeón de 2009. Hasta que las palabras del caballero ingles y sus Pirelli le dejan descalzo en la pista y le pasan los dos mejicanos. Pierde los puntos. Y acaba duodécimo por el octavo de Button. Y Sainz decimocuarto luchando y adelantando hasta donde puede y más. Pero no era el día. Disgusto que termina al salir del circuito… Vacaciones. Merecidas de los pilotos, los equipos, ingenieros, mecánicos y de los que viajamos.