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Caterine Ibargüen

Pekín y Caterine Ibargüen, de la crisis al Olimpo

Pekín estuvo a punto de poner punto final a la carrera deportiva de Ibargüen, pero, ironías de la vida, la capital china le ha ratificado como reina indiscutible del triple salto mundial.

Caterine Ibarguen
PHIL NOBLEREUTERS

Poco queda de la Caterine Ibargüen que quiso dejar para siempre el deporte en 2008 -cuando competía en salto de altura pero no consiguió la marca necesaria para los Juegos de Pekín- en la atleta que hoy, en ese mismo Estadio del Nido de Pájaro que tanto anhelaba pisar entonces, se ha coronado campeona del mundo por segunda vez.

La historia es de sobra conocida: ese mismo año la joven promesa antioqueña (entonces tenía 24 años, hoy 31) decidió aparcar el deporte, abandonar también su país para estudiar, y se trasladó a Puerto Rico para cursar enfermería en la Universidad Metropolitana.

Y enfermera se diplomó (logró el título en 2013, poco antes de conseguir su primer Mundial), pero lo más decisivo de su viaje a la isla fue su encuentro con el entrenador cubano Ubaldo Duany, quien le convenció de que su físico estaba mejor diseñado para los saltos horizontales que para el vertical de altura.

Ibargüen, de hecho, ya había demostrado que podía saltar bien en cualquier dirección, como probó en los suramericanos de Buenos Aires 2006, donde con 22 años logró plata en altura y en triple y consiguió el oro en longitud.

Le faltaba concentrarse en uno de ellos, el que mejor se adaptara a sus excepcionales cualidades, y para Duany, que fue saltador de longitud en la década de los años 80, no había duda: la colombiana había nacido para las tres zancadas.

Con ese veredicto aceptado, una nueva Ibargüen resurgió a principios de la actual década para ganarlo todo como triplista y convertirse en una de las mejores deportistas de la historia de Colombia, con el permiso de sus ciclistas.

Oro en los Panamericanos de Toronto 2011, bronce en los Mundiales de Daegu ese mismo año, plata en los JJOO de Londres 2012, dominio absoluto de la Liga de Diamante en los últimos años, triunfo en los Mundiales de Moscú 2013... la lista de victorias de la antioqueña no tiene fin.

Victorias, en muchas ocasiones, rodeadas de épica, como pasó en Moscú, cuando sufrió serios problemas gastrointestinales -se desmayó pocas horas antes de la competición- y pese a ello se impuso a sus rivales.

Ibargüen no conoce la derrota desde la plata de Londres, en agosto de 2012, y en los más de tres años transcurridos desde entonces ha vencido en las 29 competencias en las que ha intervenido, una hazaña que la acerca a las leyendas del atletismo.

Con una mejor marca personal de 15,31, la novena mejor de la historia y lograda en Mónaco el pasado año, los retos que le faltan por superar son pocos, quizá esa medalla olímpica que se le resistió en Londres y que podría conseguir en los primeros JJOO suramericanos, los de Río 2016.

La kazaja Olga Rypakova, que le batió en Londres 2012, y la rusa Yekaterina Koneva, que este año estuvo a punto de romper la racha victoriosa de la colombiana, serán quizá las grandes rivales a batir, aunque en la jornada de hoy apenas destacaron en el Estadio del Nido.

Asentada por ahora en Puerto Rico, el lugar donde consiguió optimizar su rendimiento deportivo, Ibargüen sin embargo nunca olvida sus orígenes, especialmente la ciudad de Apartadó, en la subregión caribeña de Urabá, donde nació y fue criada por su abuela.

Fue una infancia complicada por la separación de sus padres, y en la que ella y su abuela vivieron con lo justo.

Décadas después de aquello la popularidad de Ibargüen en su país es tal que el pasado año se tomó prestado su nombre para bautizar a una nueva especie de araña descubierta en el país suramericano, la "maeota ibargueni", un arácnido saltarín que no teje telarañas, es errante y se alimenta de otros insectos.

La saltarina Ibargüen dejó atrás las telarañas que en su mente se tejieron cuando no pudo clasificarse para Pekín 2008, se pasea triunfal por los estadios de medio mundo, y desde hace tres años no se alimenta de otra cosa que no sean victorias.