Teo, Tevez y dejar la lógica de lado
Teo se fue de Racing solo y en un taxi. Del mismo modo abandonó casi todos los equipos en los que jugó: con escándalo. De Trabzonspor de Turquía desapareció de un día para otro alegando problemas de salud. De Cruz Azul se fue sin el permiso de la directiva para llegar a River Plate, del que se asume fanático desde pequeño y a donde nunca regresó desde que fue a jugar la Copa América en Chile, ninguneando al club de sus amores en plena semifinal de Copa Libertadores. Resulta paradójico que el colombiano se maneje tan mal fuera de la cancha, pero tan bien dentro de ella. Sin temor a exagerar, Teo está entre los cinco mejores delanteros que jugaron en nuestro país en los últimos 20 años. Inteligente, hábil, técnico, letal. En otra palabras, un diferente, tal como lo definió Juan Román Riquelme en más de una entrevista. Pero sin la pelota en los pies, Gutiérrez muestra su peor versión. Lo mismo le pasa en los partidos: cuando no le llega la pelota, aumenta el riesgo de que se enoje como un nene y se haga expulsar. Esa es la única coherencia que muestra el colombiano en su carrera.
En River sabían que Teo es un especialista en desplantes. “Teo es como la serie Lost, todo el mundo te dice que el final es malísimo, pero qué lindo fue mientras duró”, escribió hace unos días el periodista Ariel Cristófalo, uno de los que más conoce los pasillos del Monumental. Pero a pesar del desencanto, los hinchas aún esperan un gesto del delantero, sueñan con verlo con la camiseta otra vez. Mientras tanto, Teo deshoja la margarita en Barranquilla a la espera de que los “verdolagas”- como él llama al dinero de su pase- colmen sus expectativas financieras. Porque Teo es hincha de River, pero antes que hincha es futbolista, y el futbolista es profesional. Y al profesional Teo le fastidiaba cobrar en pesos argentinos, comprar dólares y girarlos al exterior con las dificultades obvias que presenta el sistema cambiario local. Estos son problemas que un hincha -un tipo que demuestra su afecto de modo incondicional, hacia jugadores que sólo ve por televisión o, si está bien ubicado, a 200 metros sobre el césped- no tiene por qué comprender.
Ayer la Bombonera explotó para recibir a uno de sus hijos predilectos. Carlos Tevez volvió a Boca Juniors en un caso paradigmático de amor a la camiseta. Pocas veces en el fútbol argentino ocurrió que un jugador regrese desde el lujo europeo al club del que surgió y en el mejor momento de su carrera. Lo aún más inédito es la reunión de 50 mil personas (10 mil quedaron afuera) para recibir a su ídolo, sin un partido de fútbol como excusa. Tevez tenía por delante, al menos tres años de alto nivel en Juventus, o donde se lo propusiera. Pero no le importó volver a Boca con el equipo eliminado de la Libertadores, la apuesta fuerte del semestre. Ocurre que Tevez no es hincha de Boca, Tevez es de Boca.
No se trata del único caso. Afortunadamente, y más allá de algunas ventas de humo y operaciones mediáticas de turno (gracias Daniel Osvaldo por tanto show, de verdad te vamos a extrañar), en Argentina parece que el sentimiento genuino por fin pudo ganarle un par de partidos al capitalismo futbolero. Juan Sebastián Verón en Estudiantes de La Plata marcó el camino hace unos años. Maxi Rodríguez lo continuó en Newell’s Old Boys de Rosario. Leandro Romagnoli gambeteó lesiones y ofertas millonarias para ganar la primera Copa Libertadores de San Lorenzo. Diego Milito volvió y se terminó de consagrar como uno de los mayores ídolos de la historia de Racing. Y hasta Fernando Cavenaghi, suplente de Teo, pero con ofertas que duplican lo que gana en River, rechazó propuestas para quedarse a pelear un lugar. Todos ellos demuestran que cualquiera puede ser jugador e hincha de un club. Pero también que pocos están dispuestos a demostrarlo como lo hace un hincha todos los fines de semana: dejando la lógica de lado.