Sentía que tras cada paso se le rompía un nuevo hueso. Empachado del más profundo dolor, sacó fuerzas de la adversidad, llegó al estadio Palogrande de Manizales , se vistió de entrenador y desde la raya técnica dirigió a los vestidos de blanco, al tiempo que él, hasta con la mirada enlutada, oraba para que el señor le diera a su madre el descanso eterno y brillara para ella la luz perpetua.
Si algún incrédulo llegó a poner en discusión la integridad de Fernando Castro Lozada , ese día debió haber reconocido su error frente a la plaza pública
“Mi madre murió un sábado 14 de abril de 2007, a las 3 de la tarde, la enterramos al día siguiente a las 11:30 de la mañana y a la 1:30 de la tarde estaba dirigiendo al Once Caldas frente al Quindío. Cuando terminó el partido, miré al cielo y me derrumbé”.
Doña Adiela murió cuando estaba próxima a cumplir 82 años de edad. Cerca de una década antes había fallecido el hombre con el que engendró siete hijos, el mismo que puso a prueba su valor.
“Mi papá un día cualquiera se fue a trabajar y no volvió, nos abandonó. Yo tenía 8 años 7 meses y seis hermanos más, y mi mamá para podernos criar le tocó lavar ropa, hasta que a los 17 años empecé a trabajar en la Central Hidroeléctrica de Caldas. Desde ese momento empecé a mantener mi casa”.
La adicción al cigarrillo acortó la vida de los padres del hoy flamante entrenador del Deportivo Cali . “Eran fumadores empedernidos. No tenían pulmones sino ceniceros. Fumaron toda la vida y por eso odio el cigarrillo. Recuerdo que de muchacho perseguí durante mucho tiempo a una niña muy linda en Manizales, hasta que un día me permitieron irla a visitar, pero cuando llegué, la encontré fumando. La saludé, me fui y nunca volví”.
Y en medio del humo que se desvanecía en las paredes de su humilde casa, ‘El Pecoso’ acataba toda indicación de su madre. “Ella mentaba la madre por todo”, contó sobre la fallecida Adiela, quien hasta hizo que su hijo mayor alternara su profesión.
“En el 75 me gané un Renault 4 en Manizales, con el número 5655, que fue el quinto premio seco. La boleta me costó 700 pesos y el carro valía 70 mil, pero mi madre me lo hizo vender y me dijo que me comprara un taxi, y que lo trabajara cuando saliera de entrenar. Entonces, lo trabajé durante varios meses, siempre hasta las 10:30 de la noche”.
‘El Pecoso’ de verde y blanco
En ese taxi marca Simca, ‘El Pecoso’ se desplazó desde Armenia –jugaba en el Quindío - a firmar su primer contrato con el Deportivo Cali . Fue en 1977. Un año después, hizo parte del equipo verdiblanco que cayó en la final de la Copa Libertadores frente al Boca Juniors argentino. Luego, en 1985 debutó como asistente técnico de Vladimir Popovic, también con el Cali . En el 96 se convirtió en el primer técnico colombiano en ser campeón con los ‘azucareros’, que sumaban 22 años sin celebrar un título. Retornó en el 2002 con más sombras que luces, y ahora es la gran contratación del equipo que lleva en su corazón.
Por esa inmensa gratitud es que su casa campestre, ‘Villa Adiela’ en honor a su madre, está pintada de verde y blanco desde el portón de ingreso hasta las estacas del potrero.
“La primera casa que tuve me la dio el Cali. Don Alex Gorayeb –entonces Presidente- me dijo que no me daba la plata de la prima hasta que no le llevara una promesa de compra venta, y pagué mi casa en Manizales”.
Por esa inmensa gratitud es que la cadena de oro que cuelga en su cuello la acompaña con tres dijes: dos con los escudos del Cali , y el tercero es una placa que le obsequió la Dimayor cuando logró el título del 96, y en el que también hizo grabar su grupo sanguíneo RH A+.
Por esa inmensa gratitud fue que tuvo durante 18 años un carro Renault 4 de color verde. Por esa inmensa gratitud es que antes de dirigir al América (2002) llamó a un par de entonces dirigentes de los azucareros para pedirles perdón, porque asegura: “Toda mi vida he sido hincha del Cali, desde que era recogebolas del Once Caldas”.
‘El Pecoso’ suele ser impulsivo en los entrenamientos y desde la raya técnica, pero entretenido fuera del césped. Estudió hasta quinto de primaria pero tiene la sabiduría popular. Disfruta el fútbol tanto como estar en su finca ordeñando el ganado, montando a caballo y comiendo mandarinas debajo de un árbol. Tiene cuatro nietos y cuatro hijos, y su ‘sombra’ es el menor, Martín (14 años), al que está formando con tesón. “Él tiene comida y dormida. Además, se le da una plata semanal para los algos y cuando acaba un par de zapatos se le compran otros”.
Esa mesura en la crianza de su adorado hijo quizás se debe a que ‘el Pecoso’ en su niñez, “la ropa que dejaba a veces se la alcanzaba a poner hasta el cuarto hermano, dormíamos cuatro en una camita y siempre pagamos arriendo”.
No obstante, al igual que el aclamado entrenador del Cali, sus seis hermanos se superaron: “Somos cinco varones y dos mujeres, dos son excelentes abogados, y al otro hombre le digo Doriela, porque una hermana se llama Dora y la otra Adiela, y él fue modelo y es cari bonito. Entonces yo le digo, ‘usted parece que iba a ser la tercera hermanita mía’. Ese sufrió dos aneurismas y se le olvidan las cosas, por eso no se le puede prestar plata”.