Un avance perdido

Varios gobiernos habían logrado un nivel de seguridad “aceptable” en Colombia, pero llegamos a un punto en el que empezamos a retroceder.

Un municipio al que se debe ir con cascos y chalecos antibalas y donde ni el presidente Petro puede asomar, es definitivamente un lugar abandonado por el Estado. Desde un tiempo para acá se ha visto en el país un retroceso en el tema de seguridad, así fue mostrado por el mismo Gobierno Nacional en su viaje a El Plateado, corregimiento del municipio de Argelia, Cauca, donde estuvieron buena parte de los funcionarios de Petro, quienes tuvieron que llegar a ese punto de nuestra geografía escoltados por miembros de nuestro Ejército y con equipo blindado.

Ya no tenemos un Cartel de Cali y uno de Medellín, pero sí una cantidad de pequeños grupos diseminados por todo el territorio nacional que han llenado de miedo y zozobra a muchos habitantes de varias zonas del país que solo quieren vivir en paz. Varios analistas han dicho que la actual Colombia se asemeja mucho a aquella de los 90s donde tuvimos que padecer un nivel de violencia desbordado, el cual dejó una estela de víctimas inimaginable.

Aunque hablar de violencia en Colombia no es nuevo, ya que ese fenómeno nos ha acompañado desde siempre, si es nuevo la evolución que ha tenido durante el paso de los años. Tal como lo dicen Germán Guzmán Campos, Orlando Fals Borda, y Eduardo Umaña Luna en La violencia en Colombia, “los ciclos de violencia y terror se han venido repitiendo así con autores y actores redivivos que apenas cambian de nombre o apelación, pero que siguen haciendo los mismos crímenes, desde casi los comienzos del siglo XX”, también señalan que han sido “sucesivas generaciones de matones, “pájaros”, “chulavitas”, “cóndores”, convivires, más autodefensas paramilitares y narcotraficantes, hicieron de las suyas con la culpable protección encubierta del Estado”. Y también habría que incluir en ese listado a todas las guerrillas y demás delincuentes de diferentes pelambres que tanto daño le han hecho al país.

La palabra violencia apareció por allá a principios del siglo XIII y “deriva del latín vis que quiere decir “fuerza”, “vigor”, y caracteriza a un ser humano de carácter iracundo y brutal. También define una relación de fuerza destinada a someter o a obligar a otro”, según señala Robert Muchembled. Pues someternos es lo que han querido los diferentes grupos delincuenciales que hemos tenido en el país y a los que la Fuerza Pública ha atacado con todo lo que permite la ley, lo cual crea una gran desventaja frente a los demás grupos armados ilegales, porque ellos no tienen que respetar el Derecho Internacional Humanitario (DIH), es decir, aquel conjunto de normas que ponen límites a los conflictos armados.

Thomas Hobbes en su libro Leviatán, habla sobre los pactos incumplidos, que perfectamente es un tema que encaja con los diálogos que se están llevando a cabo en Colombia con diferentes grupos armados y señala, “que los hombres cumplan los pactos que han celebrado. Sin ello los pactos son vanos y no contienen sino palabras vacías, y subsistiendo el derecho de todos los hombres a todas las cosas, seguimos hallándonos en situación de guerra”. Precisamente en esa situación de guerra estamos actualmente en Colombia y solo queda esperar la llegada de una solución dialogada donde los pactos se cumplan y la paz no sea una ilusión.