SELECCIÓN ARGENTINA

Temblor en la Selección Argentina

Rodrigo De Paul y su adiós de la élite para irse con Leo Messi al Inter Miami. Scaloni sabe que algo cambiará en la Selección con esta decisión del Motorcito.

EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI EFE/JUAN IGNACIO RONCORONI
Periodista argentino egresando de Deportea. Experiodista del Diario Olé en 2002. Productor de SportsCenter - ESPN. Especialista en tenis y fútbol, y Productor Ejecutivo de PEGSA Latam y Coordinador de Tea y Deportea Online
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Era una mañana de invierno fría. Como casi todas en el invierno de la Argentina. Mucho más allá en Ezeiza, en el predio de la Asociación del Fútbol Argentino, a más de 30 kilómetros de los altos edificios y del epicentro porteño. Allí, en donde descansan y entrenan los campeones del mundo.

Lionel Scaloni se sentó solo en su oficina. Cebó ese primer mate y, mientras observaba rodar la pelota en una de las canchas donde entrenaba la Selección Sub20, encendió su computadora. Continuando con su rutina, abrió su casilla de correos y vio algo raro. Poco común. Hizo click con una mezcla de intuición amarga y esperanza ingenua. Mientras sus ojos recorrían las líneas, su corazón, de a poco, fue procesando el golpe.

“Querido Lio,

No sabía cómo decírtelo. No encontré mejor forma que escribirlo, como si pudiera frenar un poco el vértigo de esta decisión. No me animé a llamarte….

Me voy a Miami. Me voy al Inter. Me voy con Leo. Lo pensé mucho, te juro. No es un impulso. Es una elección. Necesito paz, aire. Estar cerca de las personas que amo y que en estos años quedaron siempre en segundo plano.

Sé lo que significa esta decisión. Sé lo que dejo. Pero también conozco muy bien el camino que me llevó hasta acá. No lo hago por dinero. Lo hago por mí, por mi salud mental, por mi cuerpo, por mi vida.”

Scaloni cerró los ojos. Miró por la ventana. Pensó en Qatar. En los 39,4 kilómetros que Rodrigo de Paul había corrido en siete partidos. En cómo el motorcito arrastraba a todos sus compañeros hacia adelante como si el alma se le saliera por las piernas. Lo vio en el Lusail, fundido, abrazando a Messi como si envolviera a la historia. Y ahora… esto.

“Me lo vas a reprochar, lo sé. Porque vos sos de los que creen que la gloria no se negocia. Tenés razón. También me enseñaste que al fútbol, como en la vida, se juega con el corazón. Y el mío me dice que tengo que frenar.

En Miami voy a estar con Leo. Y eso también es una forma de prepararme para lo que viene. Porque si esto termina en 2026, buscando la cuarta, yo quiero estar a su lado hasta el final. Lo voy a cuidar. Lo voy a empujar. Vamos a llegar juntos, en óptimas condiciones, a la última cita. A su Mundial final. El que soñamos todos.

Si esto es lo último, lo quiero vivir con él. Y con vos.”

Scaloni apretó los labios. Sintió una punzada. Era cierto: no lo abandonaba, pero se bajaba del barco. Y no era cualquier barco. Era el que aún sueña con Estados Unidos, con otra Copa, con otra locura compartida. ¿Cómo explicarle al resto que el soldado más leal había dejado el frente de batalla?

El conductor sabía que esta decisión podía abrir una grieta inesperada. No en el corazón de los hinchas, que todo lo perdonan, sino en la médula del grupo. En ese vestuario donde se valoran los silencios comprometidos, los sacrificios callados, la locura compartida de querer ganarlo todo una y otra vez.

El DT tomó coraje y siguió hasta el final…

“Vos me diste confianza cuando nadie más lo hacía. Me hiciste sentir indispensable cuando me decían que era uno más. Irme a Miami no es bajarme del tren. Es, en todo caso, elegir otro vagón. Más cómodo, sí. Menos exigente, también. Pero con la ilusión intacta. Porque si algo aprendí en estos años es que la Scaloneta no se abandona. Se empuja y se defiende hasta la muerte.

No estoy dejando el alto rendimiento; estoy apostando a otra forma de sostenerlo. Sé que muchos no lo van a entender. Sé que incluso podés sentirte golpeado. Pero si hay alguien que me inculcó que esto se trata de amor, de entrega y de equipo, sos vos. Necesito que sepas que sigo acá. Que no cambio la gloria por comodidad. Que solo estoy eligiendo una manera distinta de buscarla.

Sigo disponible. Sigo motivado. Sigo creyendo.

Un abrazo,

Rodri, El Motorcito”

La mirada quedó fija quién sabe dónde. En la nada misma. Y aunque lo entendía, le dolía igual. Porque sabía que sin hambre no hay gloria. Y Rodrigo, ese que corría como si el mundo dependiera de su tranco, ahora había elegido parar aunque no lo reconociera o quisiera camuflarlo con bellas y emotivas palabras. Había decidido cambiar las trincheras por las luces de otro escenario. Ese de color rosa en el que el fútbol es más espectáculo que deporte.

¿Lo hacía por Messi? Sí. ¿Lo hacía por él mismo? También. ¿Estaba mal? No. Pero para un entrenador, hay decisiones que duelen incluso cuando tienen sentido.

Scaloni respiró hondo. Sabía que algo de la Scaloneta había cambiado. El Míster tenía claro que hay un intangible que no se recupera con goles ni asistencias. Y eso, es el fuego sagrado.

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