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La educación: una forma de estratificación social

El poder durante la conquista fue ostentado por aquellos que tenían el control de la conciencia de los pobladores a quienes hasta ese momento era fácil controlar, según señala Jesús Martín Barbero. Es durante ese proceso de adoctrinamiento cuando aparece la educación, utilizada como forma de legitimar esa situación de fuerza dada por el nivel de analfabetismo del momento. Ese silencio o control social empezó a tomar otra forma con la aparición de la escuela, que es el lugar donde se sigue haciendo ese control de la palabra. Al principio, en las escuelas se enseñaba lectura, escritura y números, ya que esas materias o saberes eran en ese tiempo las de mayor importancia. Simón Rodríguez, educador, escritor y ensayista venezolano, y quien fue tutor y maestro de Simón Bolívar, sumó oficios y manualidades a las ya mencionadas materias y fue eso precisamente lo que le generó la expulsión de Bolivia por parte de las familias de la “alta sociedad”, ya que no querían ver a sus hijos convertidos en albañiles, herreros o carpinteros, como lo dice Barbero.

De lo anterior, podemos deducir que la educación también ha sido una forma de estratificación social, donde los que cuentan con los recursos tienen acceso a una forma de educación de élite, es decir, aquella que tiene que ver con la escritura, lectura y números, y las personas menos favorecidas han tenido que conformarse solo con los oficios y manualidades.

Por otro lado, la evangelización fue una de las formas como se le llamó durante la colonia a esa nueva configuración de la sociedad que pretendían crear, y una de las ordenes que más se encargó de hacerlo fue la Domínica, que posteriormente fue reemplazada en 1560 por un refuerzo de la doctrina cristiana. Las órdenes religiosas fueron las primeras en encargarse de la evangelización, función de suma importancia y razón de ser de los clérigos en América, según nos cuenta el escritor Enrique Serrano.

Fue fundamental este proceso de evangelización en la configuración de una nación relativamente ilustrada. Varias universidades empezaron a ser fundadas, como la universidad Santo Tomás, primera en erigirse en 1580 y poco después los Jesuitas fundaron varios colegios y crearon la Pontificia Universidad Javeriana. El objetivo era traer de la Península a América y en este caso a Colombia, saberes que eran considerados propios en esa parte de Europa, como lo señala Serrano.

Poco a poco fueron llegando los libros y los programas comparables a los que se tenían en algunas zonas de España. De esa manera fueron surgiendo carreras como medicina, derecho y se empezaron a crear grandes bibliotecas, llegaron numerosos libros de impresores italianos sobre agricultura, astronomía, y al mismo tiempo obras clásicas de la literatura. Se hizo mucho énfasis en la capacidad de hablar de las personas, ya que era muy importante esa habilidad en los conventos y paso a paso se fue trasladando a las demás esferas de la sociedad. En esa época se enfocaban mucho en el lenguaje escrito, el cual era muy respetado, legitimado y se convirtió en una tradición que sigue hasta nuestros días. El escritor y docente Enrique Serrano anota que “la palabra escrita gozaba de la legitimidad y de un reconocimiento que todavía son un poco el eco de esa vieja estrategia de introducción del lenguaje reputado, fino y sofisticado”.

Siguiendo con esa sociedad que valoraba sobre manera esa cultura escrita, que igualmente fue una forma de exclusión y de imposición del poder de la minoría, debido a leyes como las de 1886 a 1936 que exigían para ser ciudadano y poder elegir presidente o representantes, saber leer y escribir, lo cual solo cumplía, “a inicios del siglo XX, 10% de los adultos, y subió a 17% en 1912, a 32% en 1918, a 50% en 1938, y pasó del 90% en 1990″. Esa lectoescritura que se dio a paso lento en el siglo XIX, y aceleró en el siglo XX fue determinante para la universalización de la educación primaria y secundaria y en el 2012 permitió que un joven fuera a la escuela en promedio 12 años, como lo explica el historiador Jorge Orlando Melo.

Esa apropiación de la palabra, que vino con la habilidad de leer y escribir, no se reduce, como lo dice Jesús Martín Barbero, “a gesto, pero se inicia en él y por él descubrimos que el lenguaje no es traducción de ideas, sino una forma de habitar el mundo, de hacerse presente en él, de compartirlo con otros hombres”. Por su parte, el pedagogo Paulo Freire señala que el analfabeto es el hombre “impedido de decir su palabra” y pone a la alfabetización como la praxis educativa que regresa a los hombres a ser actores de su vida y su mundo con el derecho de decir lo que viven y sueñan.

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