RIVER PLATE

Gallardo y Juanfer: la llamada imaginaria

Es el cuento que River aún escribe. El Muñeco se comunicó con el astro colombiano y el Monumental vuelve a latir. Comienza a escribirse el tercer capítulo de este relato de amor y despedidas entre uno de los últimos ídolos y El Millonario; bajo el manto sagrado del entrenador, con aura de protector, más ganador en la historia del Club.

Marcelo Gallardo habla de Juan Fernando Quintero y dice que lo quiere mucho. No cierra la puerta para volverlo a dirigir.
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Sebastián Taján
Periodista argentino egresando de Deportea. Experiodista del Diario Olé en 2002. Productor de SportsCenter - ESPN. Especialista en tenis y fútbol, y Productor Ejecutivo de PEGSA Latam y Coordinador de Tea y Deportea Online
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Buenos Aires, Argentina. Junio de 2025. Noche despejada en el barrio de Núñez. Las estrellas y la luna llena iluminan el cielo. Y la ciudad. Marcelo Gallardo está solo en su departamento, un penthouse sobrio, en donde el silencio no pesa: se piensa. En penumbras, se para junto al ventanal. Frente a él, como una postal inagotable, el Monumental, su casa. Lo mira. Piensa. No lo duda. Con una copa de vino en su mano derecha, toma su celular con la izquierda (como haciéndole un guiño al destino) y llama. El celular suena. Pero no en Argentina. Allá en Las Palmas, muy cerquita de la vía que conecta Medellín con el Oriente Antioqueño y el Aeropuerto José María Córdova, comienza a oírse un ringtone con el canto de Los Borrachos del Tablón, la barra brava de River: “vamo’… vamo’… vamo’… Millonario…”

MG: —¿Juanfer?

JFQ: —¡Profe! ¿Cómo está? Qué lindo escucharlo. Pero a esta hora… ¿Pasó algo?

MG: —Estoy bien. ¿Vos crack? No, no pasó nada. Te llamo porque te quiero otra vez en River. Quiero verte de nuevo con la banda roja cruzando el pecho.

Pausa. El tiempo se detiene. La noche deja de serlo y las luces de El Monumental parpadean a lo lejos. Como si también ellas lo esperaran.

JFQ: —¿Otra vez? —pregunta el colombiano, con esa mezcla de timidez y ternura que lo hace único—. Yo sé que Usted me quiere y Usted tiene en claro que el afecto es mutuo, pero parce… ¿Aún cree que todavía...?

MG: —Yo no creo. Yo lo sé. Sé lo que podés dar. Sé lo que sentís cuando pisás el césped de este estadio. Y sé que aún no terminamos de escribir esta historia.

Juanfer guarda silencio. Porque lo sabe. Porque desde que se fue, algo está pendiente. En él. Y en River. Y en esta relación de padre e hijo.

“En un fútbol cada vez más obsesionado con la velocidad, con el despliegue y con los GPS, Juan Fernando Quintero es una anomalía hermosa. Una declaración de principios: que el fútbol también puede ser belleza, pausa e inspiración. Que un solo toque, solo uno, puede cambiarlo todo”.

MG: —No quiero que vengas a pasear, ehhh —le dice Gallardo, sin levantar la voz. Quiero que vengas a competir. A transpirar. A dejar otra vez el alma. Pero, sobre todo, a derrochar tu talento e inteligencia. Te voy a exigir como la primera vez. Y quizás más. Pero también te voy a abrazar y cuidar como siempre. Lo sabés…

JFQ: —Profe... usted sabe lo que significa River para mí. Y que decirle que no es casi imposible.

MG: —Lo sé. Por eso te llamo. Porque el equipo necesita alegría. Magia. Necesita alguien que vea el partido como un todo, no como un fragmento. Y vos no jugás los partidos. Vos los disfrutás.

“El hincha de River lo sabe: Juanfer no es un ídolo clásico. No lo define la regularidad. Lo define el instante. La pincelada. La zurda como bisturí. Es el tipo de jugador que no necesita los 90 minutos. Le bastan 20. O incluso menos. Pero en ese tiempo puede marcar una época. Puede ganar un partido. Puede guiar al equipo a un título. E incluso, pude llevar a River a quedarse con el partido más importante de su historia”.

Nuevamente silencio. Esta vez, más largo. Juanfer respira hondo. Lo ve todo. Su imaginación genera una película: la camiseta. El Monumental colmado. El gol. El abrazo. Madrid. Un final épico con una voz en off del Muñeco diciendo aquella mítica e histórica frase: “Cierren los ojos, no es una realidad. Imagínense el dolor que estaríamos sintiendo en este momento si hubiésemos perdido ese partido”.

JFQ: —Entonces vamos —dice al fin—. Vamos a terminar la historia.

MG: —No, Juanfer. Vamos a continuarla. Acá te espero. Andá a dormir.

“¿Gallardo lo quiere para 20 minutos? ¿O para escribir una obra completa? La pregunta no es cuánto va a jugar. La pregunta es cuánto va a cambiar. Porque el colombiano es eso: un jugador que convierte cada minuto en relato. Y en River, donde el relato es eterno, su regreso no es una vuelta. Es una invocación”.

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Gallardo cuelga sin decir más nada. Sabe que el hijo pródigo está de regreso. Toma un último trago de su Malbec y, antes de ir a descansar, vuelve a mirar el estadio. Por un instante lo ve ahí, en la cancha vacía. Juanfer entra caminando lentamente. Con ese tranco cansino que lo caracteriza. Levanta la cabeza. Recibe de zurda. Se perfila. Y cuando todos esperan un pase corto, él hace eso que nadie imagina. Inventa.

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