BOCA JUNIORS

El destrato de Boca a Chicho Serna

Riquelme le soltó la mano. Mauricio Serna fue despedido de Boca. Se va por la puerta de atrás cubriendo una vez más, como en la cancha, la espalda del ídolo del Xeneize. De su jefe. De su amigo. Siempre leal. Siempre fiel, aunque esta vez, traicionado.

Mauricio 'Chicho' Serna responde a las críticas hacia Boca Juniors.
Instagram / Mauricio Serna
Sebastián Taján
Periodista argentino egresando de Deportea. Experiodista del Diario Olé en 2002. Productor de SportsCenter - ESPN. Especialista en tenis y fútbol, y Productor Ejecutivo de PEGSA Latam y Coordinador de Tea y Deportea Online
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Boca atraviesa una tormenta. No es solo una crisis de resultados -aunque duele, y mucho, la peor racha en su historia de once partidos sin ganar-. Es una debacle de estructura, de poder, de convicciones. Y en el ojo de la tormenta, la disolución del desgastado Consejo de Fútbol; ese bastión con el que Juan Román Riquelme gobernó desde las sombras durante años. Se fueron todos. O los fueron a todos (solo salvó su pellejo Marcelo “El Chelo” Delgado). Román dispensó de Mauricio Serna como así también de Raul Cascini.

Colombia y Boca comparten una historia intensa de amor recíproco. Chicho, “El Patrón” Bermudez -también fue parte del Consejo- y Óscar Córdoba fueron algunos de los pilares de aquel equipo multicampeón de Carlos Bianchi. Íconos del ADN Xeneize que resistía, que guapeaba, que jugaba, que ganaba. Y no solo fueron futbolistas: fueron símbolos de la era más gloriosa del Club. Son y serán embajadores.

Por eso, la presencia de Serna en el Consejo no era decorativa. Era una voz que conocía el vestuario, que representaba la historia, que conectaba el pasado glorioso con el presente desafiante. Para Riquelme fue un escudo. Un tipo de confianza, de palabra. Un soldado que no hacía preguntas: respondía. Y, tal vez, ese fue el “mayor error” del colombiano: ser eternamente fiel al ídolo.

En el fútbol, como en la vida, cuando las cosas se tuercen, el poder siempre busca salvarse. Y esta vez no fue distinto. Riquelme, acorralado por una crisis deportiva que ya no puede ocultarse y por una gestión institucional que empieza a mostrar grietas, le soltó la mano. Hizo saltar la térmica dejando ir a dos de sus últimos escuderos, dejando a su lado solo a Delgado.

No hubo respaldo. No hubo blindaje. Apenas un comunicado seco y frío. “El Club Atlético Boca Juniors informa que Mauricio Serna y Raúl Cascini ya no forman parte de la institución”, publicaron. Pero el silencio de Román fue ensordecedor. No salió a bancarlos. No agradeció. No defendió. Simplemente los dejó caer. Como quien desecha una capa que ya no lo cubre.

Y eso, para quienes conocen el mundo Boca, duele. Porque si el Consejo fue durante años el aura protectora de Riquelme; Serna era su armadura más pesada. El que recibía las balas. El que enfrentaba los micrófonos, el que sostenía la estructura cuando el presidente se escondía detrás del mito.

La salida de los ídolos es también una herida simbólica. Porque Colombia ha sido para Boca más que una cantera de jugadores: ha formado parte de su identidad. Y ver cómo uno de sus máximos referentes se va sin aplausos, sin agradecimiento público y sin gloria, es un golpe a la memoria colectiva.

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Riquelme gobierna como jugaba: a su ritmo, a su manera. Autoritariamente. Pero Boca no es un campo. Es una institución. Y cuando los que están cerca empiezan a caer, quien queda en soledad también se expone. Chicho seguirá siendo emblema. Hoy se va por la puerta de atrás. Pero sin dudas, más temprano que tarde, La Bombonera y su hinchada lo recibirá como lo que es: un ídolo indiscutido destratado y por su amigo, Juan Román Riquelme.

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