Ni Chía, ni Tocancipá: el municipio de Cundinamarca que tiene uno de los mejores cafés de Colombia
Un municipio del Tequendama sorprende con una producción anual significativa, que ya conquista mercados de Asia y Europa.


En las montañas del Tequendama, a unos 90 kilómetros de Bogotá, un pequeño municipio se abre paso silenciosamente entre los grandes productores cafeteros del país. Se trata de Quipile, un territorio donde la tradición, el clima y la técnica artesanal se unen para dar vida a un café reconocido por su calidad y su creciente demanda internacional.
La producción de Quipile no es masiva: alcanza cerca de 7.000 kilos al año, una cifra modesta si se compara con regiones cafeteras de tradición centenaria. Sin embargo, este volumen limitado es parte de su encanto: cada grano mantiene un perfil sensorial único, trabajado en fincas familiares que han preservado sus métodos de cultivo por décadas.
El café de Quipile ha ganado posicionamiento en mercados como Asia y Europa, donde compradores especializados destacan su sabor equilibrado, cuerpo sedoso y notas dulces y cítricas. Para los productores locales, este impulso se ha convertido en una oportunidad para mostrar un trabajo silencioso que hoy sale a la luz.
Una tradición que crece con apoyo institucional
Quipile no está solo en esta apuesta cafetera. En Cundinamarca, 69 de los 116 municipios cultivan café y más de 28.600 familias dependen directamente de este renglón económico.
Además, la geografía del departamento, con altitudes entre los 900 y 2.200 metros sobre el nivel del mar, facilita el cultivo de variedades arábicas de alta calidad como Típica, Caturra, Borbón y Maragogipe.
El auge reciente ha recibido apoyo de la Gobernación de Cundinamarca, que en enero de este año firmó 29 convenios con la Federación Nacional de Cafeteros para entregar fertilizantes, asistencia técnica y programas de fortalecimiento productivo. Estas iniciativas han permitido que los pequeños caficultores mantengan métodos sostenibles, como el cultivo bajo sombra, que además de proteger la biodiversidad, aporta características especiales al perfil del grano.
Gracias a este impulso, municipios como Quipile, Viotá, San Antonio del Tequendama y Fusagasugá han comenzado a posicionarse como destinos turísticos cafeteros. Fincas como La Pedregoza y haciendas históricas como Coloma ofrecen recorridos donde los visitantes conocen de primera mano el proceso que lleva la semilla hasta la taza.

Café, turismo y proyección futura
El reconocimiento del café de Cundinamarca también ha generado espacios de participación y concursos que destacan la calidad del grano. El turismo rural, por ejemplo, ha sido uno de los factores de crecimiento en paralelo.
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Senderos ecológicos, visitas guiadas y experiencias sensoriales se han convertido en una alternativa económica para las familias cafeteras, que hoy combinan agricultura con actividades turísticas para diversificar sus ingresos y acercarse a consumidores nacionales e internacionales.
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