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El llanto de Neymar

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Relato del aficionado. Soy un aficionado del Barça; el equipo me ha enseñado a soñar el fútbol como un juego de asociación. No soy un aficionado de los resultados. Durante años, desde que se fue Helenio Herrera con don Luis Suárez, hasta que vino Cruyff, experimenté, como tantos otros, la derrota como metáfora de compañía. Sólo cuando vino el holandés las cosas empezaron a cambiar; luego Pep Guardiola, un alumno de Johan, nos acostumbró a ganarlo todo. Y no hemos vuelto a tener tan cerca como ahora el verdadero ancestro de nuestro sentimiento: la derrota.

Remontada. Sinceramente creí en esa utopía, la remontada. Si no, ¿qué aficionado sería? El aficionado quiere que su equipo gane hasta durmiendo. Pero el sueño de ganar no es el único sueño del fútbol. A eso me han enseñado grandes tratadistas, desde Kubala a Alfredo Relaño, por citar a dos de mis preferidos aficionados al fútbol. Si hubiera vencido la teoría italiana, el cerrojazo, ahora no sería buena la Juventus. La Juventus logró un buen resultado en Turín, lo defendió aquí. Allí jugó al fútbol, aquí jugó al resultado. Soy del fútbol, por la tradición que me enseñaron los maestros, desde Gonzalo Suárez a don Luis Suárez. ¿Ganar es el principio y el fin de la trama? Eso es en el teatro del dinero, y el fútbol es sólo dinero más allá de la grada. No hubo remontada; se vio desde el principio: era imposible. ¿Y? Ganar no es la única cuestión.

Banderas. Esas banderas azulgranas eran el final de un ciclo europeo; pero significaban también, gráficamente, esa reflexión que estoy haciendo como aficionado. El equipo perdió, pero no fue vencido su espíritu. El gran partido de Neymar, desafortunado en el remate como todos sus compañeros, fue correspondido por sus lágrimas. En el fútbol las lágrimas no son la expresión compasiva del derrotado. Son, más bien, las palabras en silencio que pronuncia el esfuerzo, ese niño que lleva dentro todo futbolista. Si un joven como Neymar se hubiera ido del campo como si fuera un veterano de las guerras de otros no le hubieran brotado lágrimas sino prisas. Por llegar a casa. Cuando un futbolista pierde acaba con él la ilusión del fútbol, no sólo el momento que acaba de pasar. Luego vendrán más partidos. Al Barça le queda siempre una ilusión pendiente, como a sus futbolistas. Lo dijo Piqué. Como aficionado, yo lo firmo. Ver llorar a un futbolista es regresar al patio de la escuela. Eso es Brasil, una escuela en la que el futbolista llora para seguir.

Dignidad. Dieron con dignidad cuenta de sus energías con un vigor que no contradice la historia del Barça, el triunfador y el perdedor. Un equipo al que uno le siente afecto es respetable siempre, sobre todo cuando trabaja con denuedo para que su caída, si se produce, no sea indigna; para que la derrota sea un avance de honestidad, no una rendición sin lucha. No es un canto de batalla, es más bien una declaración de amor a un equipo al que de un tiempo a esta parte le caen chuzos de punta, en las formas más sinuosas o más viles. Si un día como este, en que celebramos que haya perdido bien, sin aspavientos ni torceduras de gesto, no dijera “Soy del Barça, a mucha honra”, no sería leal al niño que fui, y al que el Barça de las derrotas le enseñó a ver el fútbol aunque decayera en la clasificación. Quedan ilusiones pendientes, claro que sí. Déjenme que la última línea sea para Messi. Y que sea tan solo esta: “Viva Messi en el Barça”. Ojalá.