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JUVENTUS - BARCELONA

Algo se ha roto en el Barça

La derrota en Turín duele más que la de París. Evidencia distancia entre un técnico ya agotado y algunos jugadores viciados.

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Algo se ha roto en el Barça

Con los números en la mano, podría defenderse que la derrota del Barcelona en Turín resultó ser menos que la del pasado 14 de febrero en París ante el PSG. Pero a nivel de sensaciones, la de Italia es muchísimo más dolorosa incluso concediendo que los de Luis Enrique jugaron peor en Francia que el miércoles. Claro que para empeorar lo del Parque de Los Príncipes había que salir sin botas al campo. Y eso, mientras esté Neymar, no parece posible.

La sensación con la que se quedaron los seguidores del Barcelona tras el 3-0 con la Juve es la de un padre que ve como su hijo, pese a repetir curso, sigue suspendiendo seis en cada evaluación. Se repiten los mismos errores y si bien el último curso se salvó de la expulsión del colegio gracias a un milagro de última hora, nada parece evitar ahora que un profesor italiano mucho más severo que el de francés, que no se enteraba de nada y le venía grande el aula, ponga al Barça de patitas en la calle sin esperar a los exámenes de mayo.

Puede que como pasa con los padres, los socios del Barça aplaquen su enfado con el paso del tiempo y vayan levantando los castigos que en la mañana de hoy han decidido imponer a los muchachos. Seguramente, el sábado ante la Real Sociedad el campo escenificará este castigo, pero el miércoles todos intentarán ayudar a dar ese arreón de vago que supondría levantar la eliminatoria bajo el mantra archiconocido de “marcar uno antes del descanso, hacer un segundo sobre el minuto 70, y que se aparezca de nuevo lo más sagrado en el tramo final del encuentro”. Seguro que el campo se llenará en un último ataque de fe y se evocarán ‘noches mágicas’, la última hace menos de dos meses. Pero no será lo mismo. Algo se ha roto en el vestuario del Barcelona.

Y cuando se rompe el jarrón, es muy difícil volver a conjuntar las piezas y que queden bien. El jarrón es la confianza entre el técnico y los jugadores.

Las palabras de Luis Enrique nada más terminar el encuentro en el Juventus Stadium, por resignadas y acusatorias hacia los jugadores, fueron insólitas en un técnico que siempre ha demostrado una tenacidad de ultramaratoniano en las circunstancias más adversas además de ser el primer guardaespaldas de los suyos, a los que ha protegido incluso llamándose André Gomes y haciendo las cosas que hace André Gomes. No es poca cosa.

Sorprende que un tipo como Luis Enrique reconozca que “hoy me cuesta más pensar en la remontada que el día de París” o que hablando de sus jugadores afirme que “con el balón en posesión yo puedo influir en lo que se hace, pero cuando no lo tenemos, poca cosa puedo hacer yo. El posicionamiento y el ritmo no ha estado al nivel requerido para este partido. Tengo la sensación de estar reviviendo una pesadilla, es lamentable”. Ahí se ha roto una vajilla entera.

Los jugadores, por su parte, no hablaron más allá de los compromisos obligatorios con las teles con derechos. Iniesta ofreció un mensaje muy simple de contrición, pero Ter Stegen reconocio errores y admitió que “prefiero no decir cosas en público. Esto hay que hablarlo entre nosotros”.

El sistema no convence a los jugadores, que en muchos casos no se sienten cómodos, la distancia entre algunos futbolistas como Jordi Alba o Rakitic con el entrenador es notable (el lateral no es que no cuente para el técnico, es que se pasó media hora calentando para no ingresar nunca en el terreno de juego) y las estrellas del equipo se autogestionan lejos del resto del equipo.

Una situación que se complementa con la ya anunciada marcha del entreandor y una ausencia absoluta de autoridad por parte de la directiva y la secretaría técnica.

Va a ser muy difícil recomponer, sin decisiones drásticas y dolorosas, lo que se ha roto. Y a día de hoy no parece que el mejor pegamento de cara al futuro sea Unzué, parte indisociable de la vajilla de Luis Enrique.