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Buenos AiresActualizado a

El Trinche era su apodo, Carlovich su apellido y para algunos fue el mejor jugador argentino de todos los tiempos. Personajes como Pékerman, Valdano o Menotti certifican su talento. Zurda mágica con gambetas y túneles como marca registrada. Un mito que nunca jugó en primera… No quiso, eso dicen. Jugaba por placer y poco le gustaba la disciplina del entrenamiento.

En Buenos Aires, un nombre se repite cuando se habla de fútbol colombiano: Albeiro Usuriaga. En tiempos de James, Falcao, Bacca y compañía, sigue siendo protagonista. “Un jugador bárbaro”, afirman tanto los hinchas de Independiente, que disfrutaron de su fútbol, como los de Boca, Racing o River que lo sufrieron como rival. Daba gusto verlo jugar.

El Palomo fue un ídolo forjado en esa mezcla atómica que genera la magia del juego y la imperfección del ser humano. Un hombre común con un repertorio de jugadas y golazos interminable. Habilidoso, rápido, explosivo. Más fiel al barrio que a la ambición de la gloria. Por eso en Argentina vivió en Avellaneda y sus últimos minutos los pasó en el 12 de octubre, su lugar en Cali.

En Argentina lo quisieron mucho, fue campeón de liga, de Recopa y Supercopa. Aún se recuerda su actuación en la definición ante Huracán, un golazo a Talleres, el partidazo ante Santos… Las anécdotas no faltan. “Recibía ovaciones por caminar, por estar, por ser...”, escribió el periodista Jorge Barraza después de su muerte. “No vi muchos en la cancha como él”, Diego Cagna lo ratifica.

El Palomo clasificó a Colombia al Mundial del 90, aunque para él no tuvo tiquete, y justamente su última oportunidad en Selección fue en la Copa América del 91 que se jugó en Chile ¿Pudo haber sido más? Tal vez, pero su recuerdo sigue intacto. ¡U-su-riaga, U-su-riaga! Reviven en Buenos Aires, Cali y Medellín.

Por convicción o desidia, Tomás Carlovich se transformó en emblema de esos jugadores que llegaron a su manera, de los elegidos que consiguieron ser leyenda a pesar de ellos mismos.